Presentación
Ethel Gilmour para
chicos y grandes
—Junio 26 de 2008—
Fondo Editorial Eafit
Medellín, 2008
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Presentación de “Ethel Gilmour para chicos y grandes” de Martha Lucía Villafañe (Roldanillo, Valle del Cauca, 1954). Maestra en Artes Plásticas de la Universidad de Antioquia (2000), Villafañe explora una amplia diversidad de técnicas y materiales en el dibujo y la escultura. Muchas veces su obra revela un tinte político y de crítica social, dado su interés en la compleja vida nacional. Ha recibido, entre otras, las siguientes distinciones: Primer Premio Concurso de Escultura para la Nueva Sede del IDEA (1997), Mención de Honor “X Salón Nacional de Artistas” Universidad de Antioquia (1999), Beca de creación individual Ministerio de Cultura (2000) e invitación para representar a la ciudad en el intercambio cultural “Medellín en Barcelona” (2006). Ha expuesto en numerosas exposiciones individuales y colectivas y durante años fue curadora de la Colección de Historia del Museo Universitario de la Universidad de Antioquia. Actualmente dirige el museo Juan del Corral en Santa Fe de Antioquia. Su más reciente desarrollo artístico explora el “arte paisaje”, ya sea en la realización de esculturas monumentales logradas con elementos naturales o en vastas intervenciones agrícolas en el paisaje rural.
Contaremos con la presencia de
la artista plástica Ethel Gilmour
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“Más que una artista, Ethel es un hada madrina de mirada dulce y voz de susurro, con encantador acento extranjero”.
Martha Lucía Villafañe
“La religión, la violencia, la vida cotidiana, la misma ternura con las flores que la gente planta en los balcones. Ella vive para pintar y pinta para vivir”.
Imelda Ramírez
Una edición conmovedora sobre la obra de Ethel Gilmour. Los textos de Martha Lucía Villafañe abordan en un lenguaje cálido y emotivo los significados e interpretaciones de las pinturas —y de la vida— de esta artista que ha asumido a Colombia como su patria. Es un libro para el niño que habita en todos nosotros.
Fondo Editorial Eafit
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“Bajo el cielo azul”
de Ethel Gilmour
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Hecha a brochazos
Cuando Ethel Gilmour llegó a Colombia, hace 36 años, venía de Cochabamba, Bolivia, donde era profesora de kínder. Se había enamorado de un colombiano, Jorge Uribe, pintor como ella, y vino a Barranquilla a visitarlo. Pronto decidieron casarse, y cuando Ethel llegó a Medellín la impresionaron, al divisar desde la carretera la urbe antioqueña, las “luces nocturnas tocando la tierra”.
Esta norteamericana de Charlotte, Carolina del Norte, con una maestría en Artes del Pratt Institute de Nueva York, se involucró con Colombia, su país adoptivo, a través de la pintura —“siempre estoy trabajando sin pensar en qué destino va a tener mi obra”— y de las clases que dictó durante muchos años en la Universidad Nacional de Medellín. Ha enseñado a varios alumnos en su propio taller y, eso sí, “los veo cada mes para observar cómo van”.
Quienes conocen a Ethel de cerca destacan sus vestimentas originales y sus sombreros como una clara muestra de su excentricidad. A la pregunta sobre este calificativo, responde: “No sé, no creo ser una persona excéntrica, soy una persona del común que barre, trapea y pinta. Y uso sombreros porque me protegen del sol, lo que hace que la gente me mire como si fuera loca, pero no sé por qué aquí no se lleva todo el tiempo sombrero. También me gusta la ropa bonita y los trapos raros, de allí quizás salga el calificativo de excéntrica”.
Algunos cuadros como el llamado Que la Virgen los acompañé son “parte de una serie de la época tan difícil que vivió Medellín; yo expresaba cómo la violencia nos estaba tocando a las mujeres, aparecemos en este cuadro Jorge y yo en la cama, y alrededor de nosotros las montañas”.
Fuente:
Colarte.com / Revista Fucsia n° 85, agosto de 2007.
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Fotografía por Julkastro
“Nació hace mucho tiempo en un país muy lejano, pero está todavía joven”.
Ethel Gilmour
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Ethel Gilmour de Uribe
Por Denise Michelsen
Los cuadros de Ethel Gilmour son una invitación a un mundo mágico lleno de color. La alegría y la fluidez de sus imágenes, la simplicidad y la ingenuidad con que se presentan nos seducen con su combinación de inocencia y nostalgia.
Pero tan pronto registran los detalles del cuadro pasamos a una realidad más compleja, donde se entrometen factores fuera de nuestro control, donde esta misma vida de colores se ve amenazada. Hay una contrapartida, un contraste entre el mundo interior y el exterior. Esto se agudiza por la disonancia creada entre su estilo naive y las realidades violentas que describe.
La obra de Gilmour nos hace más conscientes de nuestra vulnerabilidad, de la fragilidad del mundo que construimos a nuestro alrededor, precisamente en un esfuerzo psicológico para alejar lo temido. Hay una tensión latente entre su estilo y el contenido, entre la ternura y la violencia, entre nuestro mundo privado de interior y la cruda realidad externa. Estos cuadros equivalen a una llamada de conciencia, a un enfrentamiento con la realidad. La artista nos está describiendo con gran sutileza el estado interior que produce en nosotros la situación que actualmente se vive en Colombia.
Gilmour utiliza los símbolos de nuestra cultura (la Santísima Virgen, los ángeles, las flores y las montañas de Medellín) y los combina con íconos más personales (sus mascotas, la imagen de una mujer en su casa, su sofá, su entorno doméstico) para recrear el mundo en que ella vive y en el cual todos podemos creer. Es como una casa de muñecas, un espacio que todos anhelamos, un mundo ideal que nos proteja y nos mantenga a salvo, y simultáneamente nos presenta con el choque de dos mundos, con el mundo interior y el exterior. Sentimos que ya no se puede negar lo que está pasando y su obra pasa así a cumplir una labor de testimonio marcando de alguna manera la crisis personal de una mujer ante la violencia. (En el caso del montaje de la obra “Querido Dios”, esta crisis se agudiza a tal punto que no queda sino rezarle a Dios directamente).
Esta es, pues, la tarea que se ha propuesto: cómo decir lo indecible, decir lo más feo con la voz más dulce. Utiliza las imágenes domésticas, los colores azucarados, evocaciones religiosas para mejor contrastar la anarquía, para traducir el dolor y la angustia que vive la sociedad, para llegar así a una imagen entendible. Nos hace ver lo que puede sentir una mujer ante lo desmedido, lo inaceptable que ha invadido nuestra sociedad. Podríamos hacer alusión abierta al gran poeta irlandés, W. B. Yeats: “The best have not lost all conviction”. En el arte de Ethel Gilmour podemos ver que la convicción todavía no se ha perdido…
Fuente:
Colarte.com / Tomado del folleto “Ethel Gilmour de Uribe”.