Fernando González. Fotografía por Jorge Obando C. Archivo Alfonso González Ochoa. Cortesía de Luisa F. Herrera.
Viaje a pie resulta ser un libro escandaloso, a todas luces imaginado para mover escándalo. No el escándalo entre los impúberes de que habla el Evangelio, sino entre los hombres barbudos, las devotas con o sin bigotes y los profesores de filosofía. Es un escándalo para los que oyen en el confesionario los pecados de la gente crédula, no para ésta que nunca sabrá tesaurizar la innumerable cantidad de pensamientos contenida en 270 páginas mal contadas de este gracioso y sedicioso volumen. Cuando se dice que el autor tuvo en su ánimo suscitar el escándalo con esta publicación no hay voluntad de censura. Por el contrario los grandes libros se han escrito siempre con esa premeditada intención. Mover escándalo por el contenido o por la forma ha sido objeto de muchas obras inmortales. Los diálogos de Platón estaban encaminados a escandalizar a Atenas: “Estudiad”, parecían decirles a la judiciatura, a los moralistas de reata, a los gobernantes y a los charlatanes, “estudiad en estos papiros el carácter nobilísimo, la inteligencia sin fronteras, la bondad suma que habéis destruido porque no supisteis comprenderla”. Con la forma quisieron crear escándalo Víctor Hugo hace un siglo, Verlaine hace cincuenta años y Rubén Darío en época más reciente. Y lo crearon. Por eso duran todavía las obras del uno y de los otros. Es Viaje a pie, a más de lo dicho, un libro valentísimo. Para escribir este libro y darlo a la circulación en el departamento más devoto de la república, hace falta mucho valor.
Baldomero Sanín Cano