“Fernando, madame Mavró, Gina, Fernandito y Simón. Marsella, Francia, julio 26 de 1933”.
Gina Cualco, veinte años, italiana de los Alpes, era carne organizada nada más. Resistía a la primavera con heroísmo. Exclamaba, al ver las parejas que se manoseaban en el pretil del arroyo de Bonneveine: “Yo siento lo mismo, pero no se puede hacer así, como los animales. ¡Estos franceses son unos perdidos!”. Así resistía Gina. Castidad legal. Esperaba un macho potente que se dejara bendecir, para acabar con él. Mientras tanto, llegado el verano, se entregaba al mar, perseguida durante tres meses por la juventud de Marsella, entre el agua salada. Era Gina de animalidad tan natural, que daba gusto. Sus nalgas eran gritos de la carne.
Fernando González